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31 enero, 2015

Mami, a quién si no.

Mamá,
son las tres y media y todavía no concilio el sueño. Hoy hace mucho viento, yo estoy sola en casa, y extraño la compañía. También hace frío, pero el calefactor pegado a mis pies me hace entrar un poco en calor.
Estoy apagando las luces, me molestan, siento que me apetece oscuridad si no hay nadie con quien compartir luz. Mi botella de agua está vacía, pero estoy tan desganada y cansada que ni si quiera bajaré a llenarla para no pasar sed esta noche.
Me siento triste, agobiada, herida por algunos recuerdos, malhumorada, esperando a que llegue algo que me haga sonreír esta noche como no la hecho en todo el día.
Mañana tengo que madrugar, a las ocho menos cuarto tengo que estar en pie, ya sabes, entro a trabajar a las diez, pero como están reparando mi vehículo, tendré que ceñirme al horario y de los autobuses y esperar con la mañana oscura.
No paro de pensar, darle vueltas a la cabeza. He decidido buscar un trabajo mejor y dejar mis estudios, al fin y al cabo el tiempo que corre es muy difícil para los soñadores, y necesito el dinero no sólo para mí, sino para ti también,
Mamá, perdóname, pero por mi cabeza han pasado pensamiento muy oscuros para ganar dinero de cualquier forma, para escapar de la casa de papá que me consume y tener mi propio espacio; que nadie me eche del salón porque diga que no hay sitio en el sofá para mí, o que no me recalquen a todas horas que esta no es mi casa.
A veces llegamos a soluciones extremas por situaciones extremas. Supongo que la comodidad es primordial para ser feliz, y yo quiero ser feliz como hace tiempo que no soy.
Dios, mamá, tengo unas ganas de llorar increíbles. Trato de controlarlas, pero en el trabajo, en casa, cuando estoy sola o acompañada, cuando me vienen pedazos de recuerdos, se me nublan los ojos y me cambia totalmente la cara. Me quedo en blanco, o en gris porque muy blanca no es mi vida.
Joder, acabo creyendo que la culpa es mía, y cuando nos peleamos y me dices esas palabras que tanto duelen y se calan, me haces mucho daño. Quizás no las pienses, pero hay que medir las palabras.
Me cuesta mucho ver como te quejas, de dolores, de trabajo, de que estás sola... Yo también lo estoy pasando mal, cargo con mis problemas, con los tuyos, con los de mis amigos y los de mi padre, y no soy capaz de llevar tantas emociones adelante. O me aguanto yo, o pienso más en mí y os aguantáis vosotros.
Quiero escaparme, gastarme todo el dinero que tengo ahorrado. Irme sola, lejos un tiempo, a un lugar con movimiento para observar desde mi ventana lo ajetreado que está todo el mundo y lo tranquila que estoy yo, hasta que vuelva a la rutina y sea otra pieza más en el ajedrez programado de nuestras vidas.Si me pierdo, no me busques, mami. Dios sabe dónde estaré, y haciendo qué, luego tendré que rendir cuentas con él..
Mis manías crecen al igual que mi malhumorado carácter, nadie me entiende, dicen que me estoy alejando de ellos, que he cambiado, que no soy la misma que estaba para todo, y es que no saben que a veces no es posible permanecer intacta a los ataques y a los malos momentos, que a veces te consumen de una forma que nunca entenderán hasta que no les pase.
Estoy harta de tener que madurar constantemente, día a día, sólo quiero poder ser una chavala de dieciocho años que no tiene que estar pensando en el futuro las 24 horas, que sale de fiestas un jueves y baila aunque no sepa, aunque se rían de ella, y no se sienta en una silla a mirar cómo lo hacen los demás porque no tiene ánimo o confianza en sí misma.
Quiero poder decir todos los putos días de mi vida desde que me levanto hasta que me acuesto que soy feliz, que tengo lo que quiero, que estoy a gusto. Que nadie me llame loca si le monto un pollo de mil cojones  por mis celos, porque ni yo misma me soporto y tengo miedo a que alguien nunca lo haga, y que lo entienda y no me abandone a la primera de cambio.
Quiero que no me revienten los oídos de los gritos de casa, que no me vengan recuerdos feos de cuando papá y tú os insultabais por teléfono y yo tenía que apaciguaros, que no esté entre medio de otra puta pelea vuestra, porque sigo estando teniendo casi diecinueve años.
Me derrumbo por todo, por cualquier cosa que tenga un pequeño contenido emocional, es una vía de escape, para que en los momentos que hay gente delante, me vean llorar sin preguntar.
No quiero contestar preguntas incómodas de qué te pasa, por qué estás triste. Simplemente necesito decirlo al mundo y que el mundo me abrace y no me pregunte las razones, no quiero responder de nuevo a todas las razones.
También agradezco que me invites a quedarme en casa, que me vaya a vivir contigo, pero por mucho que te quiera, y eres la persona que más quiero en el mundo por si no te ha quedado claro en repetidas ocasiones, tú sabes y yo sé que somos incompatibles, que la convivencia sería imposible, porque tenemos que reconocer que las dos estamos muy desquiciadas de los nervios y que nuestro carácter tan igual nos impide mantener una convivencia sana. Quiero pagarte las deudas, comprar una casa, ponerla a tu gusto, que seas feliz, pero no las veinticuatro horas del día conmigo. Lo hemos intentado muchas veces y aunque duela, no hay forma de sacar esa convivencia tóxica adelante.
Mamá, la vida es demasiado injusta, no nos merecemos mucho, pero estoy segura de que tampoco nos merecemos esta mierda.
Me duelen y escuecen los ojos, es tarde, a penas dormiré tres horas. Apagaré el ordenador, me haré una cola y a dormir.
La cama está desecha, no vine en todo el día a casa de papá, y anoche dormí contigo. Me han regalado un peluche así que supongo que esa será mi compañía esta noche.
He preparado la ropa, al menos eso me distrae, espero que mañana llueva que quiero estrenar las botas de agua chapoteando en todos los charcos.
Te escribo porque, aunque no lo leas, tampoco tengo en nadie más en quien pensar.
Te quiero, que nunca se te olvide, te necesito más que al aire, más que a nadie.
Buenas noches, Mamá.